miércoles

5 poemas sobre Lima.



LIMA I


El arte de caminar por las calles
consiste en ver tus defectos
como versos aún no descubiertos en la noche
       yo voy más lejos que aquel poema extraviado
voy dibujando imágenes sin límites de velocidad
palabras como una rosa que enloquece al vacío
con esta percepción de ángel alucinado y febril Lima
         ¿De qué valen tus letreros luminosos?
si sólo consiguen efectos psicóticos
              tus semáforos
si sólo sirven para perturbarme
pero también tienes tu encanto
                              tus ascensores
sin embargo no subimos ni bajamos
pasamos solamente
           tus teléfonos malogrados
¿Dónde ciudad tragamonedas
iremos nosotros los desheredados de tu belleza?
tal vez a vomitar en el baño
             de alguna vieja cantina
y luego viajaremos en microbús
           percibiendo los hedores de tu herida
pero aún no nos espantamos
y sigo por estas calles donde aprendí
abrir mi corazón a la melancolía
abrir mi corazón como se abre la bragueta
y derramar mi amor como orines
                        sobre las esquinas.


LIMA III


La ciudad me atrapa otra vez más entre sus fauces
       y el olor de la basura cubre la calle como una ola
Lima
      capital de letrinas abarrotadas
donde vomitaré el recuerdo de una noche borrascosa
          que regresa a mí en una botella de cognac
      para beber en cada trago mi fracaso
                   y orinarlo una vez más en las esquinas
observo el mundo fuera de mis órbitas
   y la duda perennizada en mis ojos
        es sólo la chispa que desencadenará mi hoguera
avanzo como un bólido persuadido por la inercia
   sobre el sendero que inventan mis pasos iluminados
            por el rayo que cruza el prisma
de alguna lágrima espectral
camino agotado de mí
         voy con esta mirada clarividente
         y mi aliento flamígero de ángel maligno
                     a levantar mi voz sobre esta calle donde todos
           han callado
y la calle no es sino el túnel de una carretera
         mal asfaltada
en la que a veces ventanas de un duro cristal
           se rompen con el paso de los años
mi voz viene de un tiempo amargo
viene desde esta violencia que fluye
         como un carajo en las esquinas
donde hay tantas luces regadas
           que se creería en la caída de las estrellas
¿No soy acaso el verso el gemido el canto?
    Poeta—Búho de un mundo feroz
todo yo mismo:
túnel—infierno—sábado negro
y derramo mis dudas sobre la hierba que refresca
                mis heridas abiertas
esta es mi sangre
    contaminada como aguas del golfo Pérsico
que se derrama en mis sueños como una danza sin música
y la música ya se escucha deliciosamente
sobre la rockola    
               de una cantina
       mesa      sillas          y botellas de cerveza
que transforman la duda en resoluciones suicidas
¿Qué puedo hacer sino ahogarme una vez más
    de alcohol
            y tabaco?
pero aunque termine de bruces sobre la vereda
          nada se habrá callado
si es que no me he callado
          ahora que la duda es una brasa ardiente
        entre mis manos ardientes
              que se atreven a dibujar
      este bello fulgor
de mi hoguera desencadenada.




Carlos Oliva (Lima 1964 -1994)





ARREGLO DE CUENTAS

Deambulando ciudades
mal hechas que no amamos
retornando siempre
y siempre deambulando
con la desazón/desesperación* a cuestas
naufragante siempre
Enriqueta Belevan

Esta ciudad que despedaza mis sueños
erigido del río a los arenales
sitiada y sitiadora
estridente y rayada como viejo disco de rocola.

Esta ciudad de patas largas
que no acaban de estirar vida y miserias
y emponzoñar la dicha en su morada tinta
extendiendo tentáculos urbanizadores
humedad, usura, estera,
apolillada, podrida madera, quincha,
desnudez, ladrillas a flor de piel
o enlucida prosperidad aluminio
altos miradores desde donde constructores
contemplan lo ajeno de su obra.

Esta ciudad, indiferente y quieta testigo
de ajados, adoloridos amores,
fosa común de sueños y desvelos,
devoradora feroz de encuentros y desencuentros,
territorio donde usura celebra bodas
cotidianamente con tuberculosis, hambre, locura.

Esta ciudad de oropeles quiméricos
contra quien arrimamos euforia, esperanza,
rabias, rencores y arrecho el lomo
me debe docenas de zapatos
y los broncodilatadores sembrados por
pegajosa humedad, retrechera garúa,
almácigo para mi simulacro asmático.

Esta ciudad arrulla, ronronea, maúlla
desde cualquier boquerón de sus noches
atrae ambigua fiebre adolescentes audaces
quemando atolondrados mecha de vida
danzando en huariques salseros desamor
feroz soledad a que los empuja su diferencia.

Esta ciudad coimera, recelosa,
mi sitio, hueco al que me aferro
hundido con mis desesperaciones de amor
tanto buscado, roto, deshecho, caminado, escrito,
balbuceado a gritos.

Esta ciudad, nueva o misma calle que desgasto
carta de amor que jamás llega
mezquinos restaurantes con mezquinas servilletas papel
en que invento, revuelvo y devasto mil veces amor
insoportable fiereza de su ausencia
pese a multiplicidad direcciones
consuelos, increíbles rincones a donde me llama.

Esta ciudad
aquella que aun
desde desperdigadas cantinas sonoras
me obsequiara innumerables razones para distraer tiempo
perdiéndome siempre sin encontrarme nunca
persiguiendo arpón en mano gigante pulpo del deseo
jamás alcanzado en huidizas tentaciones
furtivas culposas complacencias
siempre      siempre
conservando la rabia de vivir desviviéndose
confundiendo al torbellino, afanes, sueños
que atraviesan sus innobles entrañas
navegando y naufragando con los sin dueño
aquellos que vagan despiertos
porfiadamente tras mariposas nocturnas con deshechas alas
o despiertan inquietos en medio de la noche
para solo encontrar alacranes debajo de la almohada
-gustozo de plagiar a Sabines-.
Sí, con ellos, desolados, abandonados, confundidos
Buscándolo, enfureciéndose por no hallar el amor.
Sí, ciudad mía que cada día me es arrebatada
Y me arrebata un día de vida cada día,
Ciudad que me desgasta y desgasto
Que se escabulle mientras la
Vago buscando rescoldos fogón perdido
Enloquecido de ternura y sexo buscando sitio
Dispuesto oxidado arpón en insondable océano vida.

Sí, ciertamente, aún resta harto papel y tinta
Para arreglar contigo cuentas.



* Atrevida suplantación a mi colega y coetánea; ella escribió alegría).




Juan M. Bullita Cameré






EL SORDO CANTAR DE LIMA

Para Max Silva Tuesta, extraño habitante limeño
que escapó a la niebla.


I

Está abriéndose la noche.
Está abriéndose el tiempo.
La gran puerta de Lima se está abriendo.
Hay un estruendo como de cielos que crujen,
como de hombres que crujen.
Oigan animalitos y hombres desterrados, la puerta de Lima
está abriéndose.
Veamos. Un solo grito más, una sola señal humana
Sufriente,
Y habrá pasado el primer hombre.
Con su temeroso cargamento de amuletos y arco iris, ellos,
Los desterrados,
Estamos sacudiendo la puerta de Lima.
Ahora ya está abierta para todos.
Mostrando sus entrañas de locura y agua muerta, la ciudad
de Lima está aquí.
Inclusive para los raudos pájaros de cantar nocturno, abierta
para los rayos del sol.

Oscurecidos por la indiferencia, encallecidos por el sol,
penetremos ahora.
La tierra está humeando. Y en tu rostro aún gimen
las briznas de la noche.
He dejado a descansar mi caballo brioso y he plantado
mi cabeza en el arenal.
Mis brazos en el arenal. Y estos ojos transidos de vigilia
en el seco arenal.
He desparramado mi cabeza entre las arenas. Aquí es donde
alcanzará alguna belleza.
O tal vez, con sus horrendos zumbidos, estos locos vientos
la despeñen en el desatino,
irremediablemente en el desatino.

Las arenas retienen la calentura para la noche.
Pero la noche, lo sé tardará mucho.
He de hacerme un espacio para entonces,
un espacio de verdura y aguas vivas,
pero que no exceda el tamaño de mi familia.
Vuelve mi cabeza. Se sacude se extiende se extraña
y se olvida.
Tensada por el aire,
tristemente atenazada por las abluciones de estos vientos,
se olvida.

Ahora el sol asciende con malicia.
El mismo sol que abunda y merodea tanto tiempo
en los cielos, tanto tiempo abundando
sobre nosotros, sin embargo lejos de nosotros.
He plantado mi choza en los alrededores, donde los dioses
disputan un espacio a las ratas.
Pero las ratas, con sus ojos azorados, invierten el tiempo de los hombres.
Y el tiempo de los dioses parece que ha concluido.


II

No es el día ni es la noche.
Sólo amanece o anochece; no lo sé.
Una sombra quebradiza se arrastra oscureciendo el aire
y la visión de las cosas.
No hay rastros de dioses ni la pezuña gris de las bestias
oliendo el arco iris.
Sólo amanece o anochece. No lo sé ni podré ya saberlo.
Seca y sorda es esta tierra.
Seca y sorda para mis sentidos (que ya no sienten);
para mis ojos que sabían tantear en la oscuridad.

Atrás, muy lejos, aúllan los abismos cirniendo la arena azul
del tiempo.
Sé que esos aullidos tienen una voz para mí. Una señal sutil
que salvaría mi cuerpo.
Pero ya no entiendo su parloteo; ya no percibo su mensaje.
No puedo volver la cabeza.
Algo atroz como los reflejos del sol en la nieve
me lo impide.
No puedo enderezar mis ideas.

Sólo tiemblo y habito en silencio.
No sé si amanece o anochece. Es incierta esta hora
y el miedo amenaza desde cualquier lugar.
Presintiendo que entraba en otros abismos, abrí los ojos
para no extraviarme.
Ni de día ni de noche. Sólo la tenaz niebla arrastrando
este mundo.
Sólo este chirriar de la niebla atormentando mis ojos.
Abro el corazón, entonces, para ver mejor. Mas el corazón
está flojo, pesado pedernal de niebla.

La gran puerta de Lima es la niebla. Sus patios y despensas
son de niebla.
Nacen en la niebla. Comen y se ayuntan en la niebla.
Si sueñan, sus sueños son de neblina.
En Lima sólo amanece o sólo anochece. No es el día,
que es perfecto y hecho de urgencias.
Ni es la noche, que es cerrada tutaytuta.

Penetré en la niebla a tajo abierto. Abrí la niebla para que
mis pies conocieran las arenas.
Y las arenas al principio calentaron mi corazón. Entonces
toqué las puertas de niebla.
Toqué las grandes y las chiquitas. Toqué las puertas diminutas.
Aquéllas que son alumbradas por la esperanza y la sombra de quien llega.
Pero jamás llegué. Descansé mucho para llegar tarde
sobre las arenas de la niebla.
La niebla es buena en Lima. Pero no es la noche.

No hay noche ni día en Lima.
Entre la niebla es difícil saber quién te habla, quién te ama,
quién te escupe.
Puede estar abierta la ciudad. Puede estar despierta
o dormida.
O pudieron haberla trastornado.
Pero la niebla te arrastra haciéndose extraño a ti mismo.
Urgido de sol trago niebla. No me equivoco. Transito bajo
la niebla ceremoniosamente.
Ahora ya no podré volver la cabeza.
Siento arder mis ojos y temo la enorme sombra de los
cerros que aún crece en mi memoria.


III

Visto el sol
Sólo el sol. El único
Es decir el cínico
El que se zafó de mí y vino a sentarse
a esta mesa
Veámoslo arder:
Sólo bajo el sol sentencioso
Hablará la sabiduría
Y cantará para todos
Y todos los animales brillarán
Sacudiendo sus cuerpos deformes bailarán
Clavando sus garras en la tierra danzarán
Ya verán. El sol besará a todos
Y todos lo besarán
Diminutos para el sol
Oscuros para el sol arden los hombres
Solo el sol de quinientos mil años
El sol sólo de quinientos mil barbas
Sólo el sol siempre solícito
El que se zafó de mí y se fue saltando
a danzar con ustedes
El verde sol oscuro
El que desata el arco iris
Este que nos abandona sin inmutarse
El que se quita y nos deja llorando
El purísimo sol arcaico
Este novísimo sol incaico
El que se zafó de ti y vino llorando
A encender mis sueños
Este rico sol de los pobres
Este más rico sol de los más pobres
Sólo el sol siempre solícito
No este que está arriba
Sino el que está más arriba
El que está en el cielo de Lima
El único. Sólo el sol
El sol de Lima.


IV

¿Dónde están ahora los dioses?
Bajo esta sorda tierra no se mueven.
Tal vez estén ocultos, dominando con sus alas
otros mundos,
otros resplandores.
Tal vez. Tal vez.
Dónde están ahorra que profano sus normes,
convocándolos a esta danza,
incitándolos a que bailen y se pronuncien.
Porque si no danzan, consideraremos que han perecido.
Hace tiempo que no se escucha el dulce canto de la torcaza
y sé que esta mañana
nuevamente será de urgencias. Y sé que hacia el mediodía
arderá la bruma.
Ni dioses, ni bestias.
Sólo estos hombres, carcomidos por el uso de las auras,
sintetizados por la luz, discurriendo bajo la niebla.
Tan atentos a las cosas, entresacados de las cosas,
sin la capacidad
de nombrarse a sí mismos, sin la potencia ya de un grito.

¿Hacia dónde encaminas ahora tus pasos, presuroso
corredor de los ceros,
antaño tronador de las eras?
Con la mira incierta mides el declive de los edificios
donde tú mismo,
a la hora de la existencia, habrías cambiado de plumaje.
Escuchas el trotar de la muchedumbre (¿hacia dónde van?)
y aguaitas
el interior de las casas; intuyes que todo bien.
Todos están vivos pero nadie te ha visto; ninguna sombra
se ha topado con tu sombra.
Habitas. Solamente habitas.
Sin embargo presumes que existes.
Ellos escrutaron tu rostro mas tu cuerpo se mantiene
intacto.
Tu cerebro camina pero esta mañana ha gemido tanto;
salvado de las charcas,
tu cerebro ha explotado muchas veces.
Pero tu cerebro trabaja y tus brazos descansan esperando
el abrazo de tus bestias.
Animalito citadino, reconoce tus alimentos.

Ya es mediodía.
Ha caído la bruma y la hambruna.
Sobre los techos de las casas repta la bruma.
Sobre los pechos de los hombres crepita la hambruna.
Ni dioses, ni bestias.
Melanio Ataucuri Sono, sobre tus ojos violentos
ha caído la bruma.


V

Algo de paz, Señor
Hay un estruendo como de hombres que crujen
Sobre las alas de la luciérnaga se viene la noche
Y pronto nos habrá engullido a todos por igual
Un hombre vestido de hombre contempla el horizonte
desde el puente de Chosica
Y allá en el cielo no hay menos rojo que azul; aunque
el ocre ya se insinúa
Este hombre ha parecido tanto durante el día
En el día ha mutado tanto que ya no tiene memoria
Sólo la baranda del puente, Señor, resiste su temblor
Rencorosas bajan las aguas del río ya sin sol
Y las sombras, vengativas, ascienden por el valle
Es la hora de los deslindes entre el cielo y la tierra
La hora en que la simple luciérnaga lo dice todo
El hombre ha vuelto la cabeza del lado de los vientos
Es que necesita aire para seguir pereciendo
Ahora el cielo ha completado su telar ocre
Animal insurrecto, el río, ha levantado la voz
Sobre los ruidos humanos, Señor, el río ha levantado
su voz
Pero el hombre está allí, perplejo y maravillado
La escena del horizonte lo tiene embrujado
Aunque, al parecer, es el crepúsculo quien gime
Como una fiera descubierta en su acto sagrado, gime
Que esta visión sea, por hoy, su recompensa.


Cesáreo Martínez (Cotahuasi, 1942 – 2002)





IDENTIDAD SENTIMENTAL

Lugar de nacimiento

Lima, aire que tiene leve pátina de moho cortesano,
tiempos que es una cicatriz en la dulce mirad popular,
lámpara antigua que reconozco en las tinieblas, ¿cómo eres?
Soy, como ayer, reina de huertos y baldíos
porque mi orgullo todavía reposa en una almohada de plumas,
y en el ocaso, gentes, árboles y oraciones
descienden hasta balnearios del sur como una ola de fantasmas,
en tanto en las chinganas de adobe de los cerros
la guitarra humedece con la melancolía del vals
la pálida lujuria que suele pintar de gris la madrugada.
Lima, rostro que ha tallado en la niebla su gesto menos glorioso,
color que se disuelve en el cielo como un azúcar mortecino
paz que se extiende entre una nube y una lágrima, ¿cómo eres?


Sebastián Salazar Bondi (Lima, 1924 – 1965)




Romancero de Lima, 1993 (breve historia de amor y chicheros)



1. El mercado mayorista (para Mañuco)

Cuando cae la garúa en La Parada
no sólo se mojan los choclos
y la hierbaluisa,
también se parten las piedras de San Pedro.
Y yo, que soy peruano
como la Coca, también me mojo los pelos,
también se me parte un poco de alma.
Cuando cae la garúa en La Parada.


2. Avenida México (para Elsa)

La avenida a esta hora arde con tus manos
de magnolias,
y la música del parlante se desliza sobre
tus siemprevivas trenzas.
Pero hay una sombra en la esquina
donde una cucaracha se esconde de toda
la humanidad que transita.
Tú miras al horrible insecto
y quisieras que al besarlo se convierta
en un príncipe.
Así como si no hubiese que trabajar para vivir
ambos se miran hasta que la noche los una.


3. Las aves son hijas del paraíso (para Moisés)

En La Parada nadie espera que el gallo cante
para empezar a trabajar.
Sin embargo, los peladores esperamos que el sol
suba hasta la punta del cerro,
y que el agua sea como el infierno para estas almas
que sacrificamos todos los días.
A mí me enseñaron a rezar y a matar los pollos
desde pequeño.
Agarrarlos de las alas y de las patas,
darles un golpe de puño en la cabeza
y abrirles el cuello es cosa de pan y no de la tentación.
Así formé a mi familia que vive en San Cosme,
mi mujer que está gestando
y mis dos hijos que también aprenderán a resistir
el infierno, sus plumas, el sudor
y más que el propio sudor, la sangre.
Cuando ya hemos pelado a todas las aves
y éstas se exhiben como falsos trofeos para su venta
y mis dos hijos corren tras un polluelo
que se ha escapado de la jaula,
recuerdo que yo también corrí mucho,
mucho antes que el gallo cante en La Parada.


4. Cantogrande (para Pepe)

En la fiesta de Nélida
se toma y se baila muy bien.
Unos entran,
bailan un rato,
toman un rato y se van.
Otros como José
toman y bailan hasta morir.
Éstos son los más bravos.


5. El Señor de Nuestro Camino (para Édgar)

Señor de Nuestro Camino, llévame a mi casa
o a la Gruta de El Pino.
Esta luz que alumbra la noche
no sabe que el viento es azul sobre mi pecho rojo.
Bajo la Cruz de Yerbateros pasan sin oírme
las voces de mis hermanitos.
De amor es el amor, la luz es de la noche.
El aire es un bus cargado de voces plateadas.
La iglesia es una rosa en el camino de un ciego
que toca su violín para mí.
Llevo una fría luna dentro de mi pecho
y mis vidriosos ojos divisan un horizonte extraño
que no dan ganas de ir por ahí.
Señor de Nuestro Camino, llévame a mi casa
o a la Gruta de El Pino.


6. Velatorio (para Héctor)

Hace tiempo quiero decir que aquí la vida no vale nada,
ni pan para remojar en té.
Una se pasa viendo y viendo cómo se van apagando las velas
del Señor
Oh dichosa ventura!
Aquí nadie (ni César) tiene vela en este entierro.
Pero toditos tienen sed, Cruz de Yerbateros, hueso roto,
y hablan como una maldición.
Ya no quiero ver caras de sapos borrachos,
ya no quiero resignación.
Porque hoy después de tantas y tantas palabras
me ha dado una rabia,
una rabia que se ha abierto como un foso.
Hoy por ejemplo no ha venido la luna,
sólo han entrado las moscas atraídas por los lirios
y la oreja del perro.
Pero a qué viene tanto silencio amor?, ese ventarrón.
Las tripas roncan como la puerta y la ventana,
y yo ya no tengo lágrimas por lo menos
desde hace veinte años.
Hoy es té, mañana será llantén.
Y esta casa que es muy vieja será más vieja que yo.
Todo, Señor, menos ver cómo se va apagando la última vela,
así como se apagó la vida de mi hijo.





Miguel Dante Ildefonso (Lima, 1970)