jueves

Del libro "La edad engañosa", de Melina Paccini (Perú)





Llegaron a la casa pasadas las cinco de la mañana, en el auto de Rómulo. Él los llevó y luego regresó al Hospital, para acompañar a su esposa. Gloria había regresado más temprano a su domicilio, con Delia, acompañadas por Sixto. Kuntur no dejó que nadie de la familia se ocupara de Kotaro. Él solito lo ayudó a subir las escaleras, y a entrar a su habitación. Y luego le subió la cena que Maya y Ángel prepararon en tiempo récord. Jaime, sin palabras, le dio a entender que estaba de acuerdo. Sabía perfectamente bien que en ese momento la medicina era irrelevante. Kotaro y Kuntur merecían estar juntos para sanar, gracias a su amor.

– No sabe tan bien como lo que yo preparo, pero al menos te repondrá las fuerzas…
– ¡Jum! ¿Y quién te ha dicho que cocinas rico? -estaban ambos sentados encima de la cama, viendo un programa cómico. Kotaro llevaba la pierna izquierda vendada y colocada sobre un almohadón grande que Kuntur había traído de su propia habitación, mientras que el joven estaba sentado a su lado, con su hombro y cadera derechos pegados a los suyos.
- Desde que llegaste sufro de estreñimiento-empezó a reír por culpa de su propio comentario.
– Ja, ja, ja, muy gracioso. Pero bien que te comes todo cuando cocino.
Dame tu plato -lo recibió y se acercó a la mesa para dejarlo junto con el suyo- bueno, es mejor que descanses. Debes estar adolorido, te ayudo a cambiarte.
– ¿Eh? -se ruborizó y bajó la mirada- Yo… yo puedo solo…
– Kotaro, estás convaleciente, una vez más. Te juro que no voy a hacer algo malo -fue su turno de sonrojarse, su comentario le trajo a la mente lo mencionado por Gloria en la montaña- apúrate, ¿dónde tienes tu pijama?
– En… en ese cajón -señaló el segundo cajón de su cómoda. Kuntur
lo sacó y se acercó a él. Ambos temblaban imperceptiblemente yo… yo me quitaré el polo y el pantalón…
– Hasta pareciera que piensas que puedo dañarte…
– No es eso… Yo -bajó la mirada.

Kuntur entendió que la mente de Kotaro estaba procesando la misma información que la suya. En dos semanas, quizás sería otra la persona que estuviera, de forma brusca, ayudándole a hacerlo.
Se sintió enfermo, pero decidió que lo mejor era no permitir que el joven se asustara antes de tiempo. 

– Te entiendo. Sin embargo, ¿puedo hacerlo yo…? Quiero… quedarme con este recuerdo. Nunca antes me has permitido ayudarte a hacerlo… -aunque el trasfondo no era del todo inocente, la voz de Kuntur sonó demasiado dulce como para ignorarla.
– ¿No te vas a burlar?
– ¿De qué? -le quitó el polo. Aun se notaban las marcas de la paliza que le había aplicado Gloria, confundidas con las nuevas ocasionadas por el accidente.
– De mi falta total de músculos… -flexionó su brazo derecho, y ambos comprobaron que, al contrario, tenía unos músculos muy firmes, aunque no exagerados. Para desgracia de Kuntur, quien intentó disimular su turbación.
– Deja de decir idioteces. Mete el brazo -una vez puesta la camisa,

Kotaro la abotonó, mientras Kuntur se ocupaba de los pantalones. En este punto, no hablaron. Hicieron el cambio casi mecánicamente- listo, señorito. Puede usted dormir tranquilo.

– Gracias, senpai… -Kuntur parpadeó, confundido. Luego, sonrieron.
– Es la segunda vez que me llamas así… me has desobedecido desde ese primer día de escuela…
– Lo lamento. Pero, esa palabra, aunque respetuosa y cantarina, me aleja hasta cierto punto de ti -Kuntur se conmovió- Hum, ¿podré tomar algo para quedarme dormido?
– Prefiero que no, podrías tener una reacción desfavorable con las otras medicinas. Si gustas puedo quedarme aquí -nuevamente se sonrojaron- ¡Eh! Digo… hasta que te duermas…
– ¿Te… puedes quedar… hasta mañana? -no se miraron. Pero
ambos sabían que sí.



Melina Guadalupe Paccini (Lima, 1982)
Ingeniera Ambiental de profesión, desarrolló la afición por escribir desde muy temprana edad, gracias a un trabajo escolar de literatura. Ha desarrollado textos narrativos originales, así como también adaptaciones multitemáticas de animes y series, y algunos poemas.

La Edad Engañosa es su primera novela publicada, y su favorita por tratar un tema que aún la sociedad suele observar como tabú, o como un engaño social, pese a ser, como todo en la vida, una verdad subjetiva o absoluta, de la realidad de cada ser humano en su verdadera esencia.