jueves

3 poemas de Luis Eduardo García (Guadalajara, México, 1984)


MARGUERITE PORETE EXPLICA EL PROCESO QUIRÚRGICO POR MEDIO DEL CUAL DIOS CONSIGUE ABSORBER A SUS AMADOS (A PARTIR DE WATANABE)

Luego del cortejo, realiza una pequeña incisión
en el alma. Enseguida
vierte la paz divina por dicho orificio
utilizando un embudo.
En cuestión de segundos, la sustancia gloriosa licua el alma
del amado hasta obtener un jugo muy dulce.

Finalmente, introduce con cuidado su hermosa probóscide
y succiona hasta dejar una esfera vacía.
 



LOS ASTROS SÓLO QUIEREN BAILAR EL VALS

Después de siglos de incertidumbre, los  humanos descubrieron que su propósito en el mundo era construir máquinas que los libraran del trabajo.

Las máquinas, por su parte, no tardaron en comprender que tendrían que encontrar un método para controlar a las plantas, con el fin de sacudirse la opresión de los humanos.

Un grupo de plantas rebeldes drogaron a los ñus, para que al comerlos, los grandes felinos enloquecieran y atacaran a humanos y máquinas por igual.

Cansados, los grandes felinos miraron al cielo y elevaron una plegaria esperando que los astros lanzaran un rayo de muerte sobre la Tierra.

Los astros, como siempre, sólo quisieron bailar el vals.




SU TEORÍA HA DETECTADO UN PROBLEMA Y DEBE CERRARSE

Ayer quise escribir un poema llamado “Las margaritas mutantes de Fukushima”
justo antes de dormir.

Me mordió la música
y luego la imagen
capaz de construir cientos de escenarios
poblados con belleza deforme
y peligrosa. Una metáfora perfecta
de la poesía (pensé).

Tenía ya la estructura del texto cuando descubrí que su extrañeza no se debía a la  
     radiactividad
sino una condición del crecimiento llamada fasciación por la que el meristema apical del tallo se alarga de forma perpendicular en vez de crecer en un solo punto para generar las habituales formas circulares.

Entonces todo se arruinó.

Quizás hay ciertas cosas de las cuales es mejor no escribir
porque no dan para tanto
o las metáforas son máquinas inservibles.

Sólo sé que ahora mismo
las margaritas mutantes de Fukushima escriben un poema
y encuentran justamente lo que quieren decir.



Luis Eduardo García (Guadalajara, México, 1984)
Es autor de Dos estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012; Libros Tadeys, 2015), Una máquina que drena lo celeste (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2014) y Armenia (Filodecaballos, 2016). Mantiene el blog pajaroslanzallamas.blogspot.mx y es uno de los organizadores del archivo poesiamexa.wordpress.com



sábado

10 Poemas de Felipe García Quintero (Colombia, 1973)


MI CASA, como el desierto, no tiene techo ni puerta, sólo boca.

Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la sostiene.

Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que resta.

La casa es oscura como mi voz en sus corredores.

Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue como el gusano tras la carne enferma.

A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo.

De: Vida de nadie, 1999




VIAJO EN UN TREN de veintiún vagones, conducido por todos mis muertos. Miro a través del cristal roto de la ventana una batalla de mariposas mutiladas por el cielo quemado de mis cinco años.

Converso con los árboles de la intemperie que desaparecen en mis ojos, los que no tienen camino; con los pájaros que son ya recuerdos del viento.

Yo tampoco sé qué tierra es esta.

De: Vida de nadie, 1999



Piedra vacía


1.

Piedra,
sé un pensamiento mío.

La fijeza de mi mudez latente,
no la sombra de mi cuerpo, su herida.

Yo tu posesión, mi huésped
en la voz; la habitación vacía de cada hueso.

2.

Colmada miseria
y perpetua errancia de la quietud.

Piedra

¿Dicha vencida o mudez cantada?

En el puño cierto del llanto
cuánto hay de ti, siempre conmigo.

3.

Sordo cielo mío de cada grito
pueblas la oscuridad de mi infancia.

El silencio en la voz te toca,
la nada te alegra,
la soledad te encierra.

Vigilia oculta y serena de cada muerte.

4.

Piedra,
sé la fuga de mi caída.

De: Piedra vacía, 2001




Con amor de piedra



El pájaro mira el cielo cautivo en el agua.
Gota a gota lo rompe.

Y a sorbos, el reflejo de las alturas.

Al tornar la mirada del aire,
—ese volver al aire la mirada—
llenos de sed sus ojos tiemblan.

De: Mirar el aire, 2009



La cabra


Como Umberto Saba, he hablado a una cabra.

Y como hoy yo mismo, estaba sola en el prado, atado, como ella también de noche, a un viejo lazo, haíto de hierba. Bañado por la lluvia, igual, balaba.

Ese su balido, como ahora el poema, era fraterno a mi dolor. Será porque yo hablé primero que la cabra entonces se acalló. Y porque el dolor es eterno, dice el poeta, tiene una sola voz y nunca cambia.

Mi voz escuché en el gemir de la cabra solitaria.

De: Siega, 2011

  

Muchacha del viento


La que pasa por el sol y no es sombra.

La que ninguna lluvia acalla
ni voz alguna escribe
porque es luz del canto.

Así su andar entre rincones,
bajo aleros altos de calles ausentes.

Por los hondos sembradíos, en que pasta el deseo,
la muchacha del viento florece.

En la distancia fugitiva de las nubes
la veo reposar, entre las piedras latir,
sobre la piel del agua donde abreva el aire.

Sus cabellos locos, como la risa, en mis torpes manos.

De: Siega, 2011



La mañana

Nada ahora parece ocurrir:

el alto cielo,
el agua insomne,
la piedra quieta.

Nadie en cuanto habla,
ni tan siquiera esta huella
que tantos pasos lleva.

Sombras de la hierba,
hebras del viento entorno;
guijarros todos de la lengua absuelta.

El que mira sus ojos cerrados
y ve crecer la distancia, la arena.

El aire allega la montaña a sus talas inciertas.

De: Terral, 2013



En casa del fotógrafo

a Socorro Quintero Dorado

Luego de cruzar el parque he llegado al zaguán del sueño, donde una limpia mañana de enero nos fuera tomada la foto que mi madre resguarda del viento.
Llevo tres años de correr el pueblo y me he puesto un pantalón a cuadros, calzonarias y botas vaqueras de hule roto.
Miro de sesgo, con recelo quizás, hacia el lado más lejano del aire blanco, y a oscuras ya de ese instante junto a la ventana.
Mi hermana de escasos meses, sonríe tanto, que el negro de sus ojos brilla aún en mitad del papel ajado.
Repaso tal hondura.
Porque sin nubes llegó el sol en cenizas a los párpados para oscurecer el aire, mas los pájaros cantaban y eran del cielo lo mirado.
Mariposa del día, menuda luz es la lluvia de un feroz amanecer en las manos.
La flor breve de la inmensidad pasa cerrando mis ojos, como el latido constelado del rayo.
De: Terral, 2013



Liturgia


Sobre el piso llano brilla el polvo de nuevo. Minúsculo y pródigo su exceso.

Paso mi mano y lo palpo sin verlo. Detengo mis ojos en sus filamentos.

Lo siento latir, lo sacudo y estremezco. El polvo sin fin vuela:

Miro irse lo que soy por el aire; lo que soy al caer al suelo, la criatura a quien doy mi visión y aliento.

De: Algún latido, 2016


Memoria


El nombre de las flores cada mañana.

De los pájaros por el cielo, de tarde.

O de los árboles, al alba, frente a los ojos abiertos, a un palmo del aliento.

¿Quién los sabe?
De: Algún latido, 2016


Felipe García Quintero (Colombia, 1973)
Profesor Asociado del Departamento de Comunicación Social de la Universidad del Cauca. Licenciado y Magíster en Literatura y Filología Hispánica (CSIC, España). Estudiante del Doctorado en Antropología de la Universidad del Cauca.

Autor de los libros de poesía Vida de nadie (1999), Piedra vacía (2001), La herida del comienzo (2005), Mirar el aire (2009), Terral (2011) y Algún latido (2016).