domingo

Texto de Javier Alvarado (Panamá)


DISPOSICIONES GENERALES

  
Allí donde se proponen obras sólo pretendo dejar lo que siempre me dan los bosques cuando se cortan las venas ante los espejos, toda esa savia verde que parecía ser mortal- en realidad era lo que nunca te atrevías a ver, a manifestarlo, a tatuarlo en la retina, a ser prófugos me dijiste- y otra vez volví a tomar la soledad de los mismos trenes, las mismas vueltas de tuerca, donde no hallaba ninguna cápsula o medio de escape. Este verso me araña, me corta los nervios de la conciencia, evade y pincha los corrientazos eléctricos del cerebro, me aísla de mí mismo, hace que me desconozca, me taladra los dedos y hasta que no escriba, la cólera de eyaculación creativa no cesa. Falo mi pensar y otra vez falo la palabra, he hallado muchas vulvas a mi alrededor, en los elementos de la naturaleza. Este señor que se llamó J.A. y que tal vez no conocí y que tal vez no sé cómo lo llamen en el futuro, se advino desde su too far país a unas tierras nunca pensadas antes, pero que me han dejado conocer la existencia de personas tan enjundiosas como tréboles e imaginar que siempre es posible que el arcoíris termine en el lugar de tu cabaña. Hay  hermosas imágenes que pretendo solo guardarme para mi, hypocrite lecteur.

Es como atravesar bosques con árboles de hojalata y tender las greñas o los cuervos posándose sobre tu abrigo teniendo las tres cualidades de los personajes del mago de Oz y tener algo de imaginería cuando te miran sin cesar por tu gran maleta creyéndote terrorista y sólo vas a buscar u oír poemas en otros sitios aislados o murmurados como los vuelos de las gaviotas (que se ríen como viejas señoras tertuliando al farol del atardecer) cuando nos dejamos aprender por el aire y sus bastiones, donde tal vez quiera hacer una llamada, estas cabinas telefónicas rojas como una rosa de espinas escarlatas, me encuentro en medio de la rosa, depositando sangre y lágrimas mentales para sentirme vivo y otra vez empezar a acumular las piedras desde estos soles morados que se ponen cada vez que alguien abre las  islas que ha acariciado el pene del otoño-.

No dejes definir esos solsticios o esos gestos que guardan las estatuas tan ansiosas de moverse o de rascarse las ingles mientras los miramos y sujetamos los lentes de las cámaras.

Así estamos. Acá he aprendido a bosquejar otros trazos, a escuchar otras voces, se me metieron árboles y corrientes gaélicas de agua en el oído. Oía hablar a otros seres en un idioma poco fluctuado para mí y creí conocerlos desde siempre, en sus cotidianidades, al ofrecerte en la mesa variedades de platos con remolachas, en la forma en que las madres cuidan a sus crías en los coches, al cruzar las aceras teniendo en cuenta el tramo DERECHO, ya que hay carreteras a la inversa, o bien en el subway donde te miran un tanto sin cesar, en elucubrar de dónde se ha llegado éste y siempre se encuentra a una Ariadna que con su hilo de risa conduciéndote a otro laberinto más acústico, más sosegado o más violento o más personal

-quizás esta es la entrada al país de los locoslo

dijiste                            lo mencionaste                    no lo recuerdas

ven a habitar                una montaña en Escocia

a olfatear las huellas en Las Minas -donde no habrá regreso

ven invádete

entra en la zarza de Dios


y ríete en la cara de tus enemigos


              







a través de sus cartas y escritos colmados de electrochoques y ansiolíticos, me hacen cavilar en esas oscuras escenas donde tal vez mi abuela fue puesta a recordarme


de Carta Natal al país de los Locos (Poeta en Escocia)



Javier Alvarado (Panamá, 1982)
Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Poesía Joven de Panamá Gustavo Batista Cedeño en los años 2000, 2004, 2007 y 2014. Premio de Poesía Pablo Neruda 2004 y Premio de Poesía Stella Sierra en el 2007. Poeta residente por la Fundación Cove Park, Escocia, Reino Unido 2009. Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba 2010 con su obra Carta Natal al país de los Locos (Poeta en Escocia). Primer Premio de los X Juegos Florales Belice y Panamá, León Nicaragua con Ojos Parlantes para estaciones de ceguera. Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011 en poesía con el libro Balada sin ovejas para un pastor de huesos. Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua por su libro El mar que me habita. Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012 por su libro Viaje Solar de un tren hacia la noche de Matachín.

martes

8 textos inéditos de Víctor Sosa (Uruguay)

Foto: Rocío Fuentes

In memoriam Coyolxauhqui

                                                                             No alzarás jaguar contra tu madre. Contra grávida madre –desde su ombligo en plumas, desde su fértil barro sudoroso–, la mano matricida no alzarás. Mas fue serpiente en parto, saltando útero fuera, decapitando hermana a ofidio fuego en fratricidio desmembrando aorta, morenos muslos púberes rodando. No alces, le dijeron, mas la celosa altiva alzó contra la madre, la enorme madre que pariendo guerra serpeó sobre lo aleve de la garra, de la réproba hija que se alzó. Pedazos, desmembrados pedazos femeninos que hoy en lunar filoso evacua menstruo. Huitzilopochtli, hijo –agradecida dijo entera madre. Mientras arriba desmembrada hija alumbra en Luna ira madre y sangra. 


***

                                                                                           Las jirafas duermen poco. Comparadas con los humanos o los topos, las jirafas duermen muy poco. Pliegan sus patas, las jirafas, como si fueran una tabla de planchar; plegables en sí dormitan sobre la sabana con el entreabierto ojo al predador. Un caso extremo de sueño breve, las jirafas. Sólo duermen durante unos minutos. A lo sumo una hora a todo lo largo de la lenta noche. Necesitan más de diez segundos para erguirse –desplegarse– sobre sus delgadas patas en el aire; diez segundos en la noche veloz, es mucho. Pese a todo, duermen. Se adaptan como Darwin, las jirafas. De no ser tan singular su anatomía, tan inoportuna (diez segundos y el tigre, diez segundos, la zarpa). De no ser así su sueño breve, la evolución hubiera suprimido, tal vez –comparadas con los humanos o los topos–, las jirafas.


***

                                                                                                                     Allá ella. Entre ese litoral de arena y ola, de sal y piel al sol, de pie, descalza. Allá ella entre juncos. En su ínsula sola, cormoranes; palmeras y a la sombra el pie propenso, el bucle de los dedos y ante la brisa el cuerpo en extensión de poros y propenso. Entre esa música –entrando ahí– allá ella respira y al unísono olas; atardeceres, líquenes, las olas. Largas tardes sus piernas. Un cántaro en la voz, un entre dientes cántaro la voz, sudores resbalando por alazanes muslos, en la voz. Ella en su playa y más acá, sedente, enrejado en lo afásico del vértigo, mortal y exhausto el que la mira, dónde.


***

“¡Soy el rey de la vida!”, grita un niño en el columpio de la Plaza 2 de mayo en Madrid, mientras leo estos versos de Kathleen Raine citados por Richard Dawkins: “El cielo le dijo a mi alma: ¡tienes lo que deseas! Este mundo lo compartes con la flor y con el tigre.” Y el niño, en el columpio, es el rey de la vida.


***

                                                     Avanzan sobre huertos los grandes paquidermos. Sobre las cuidadosas hortalizas, silenciosas simientes, pisando cotiledones, paquidermos. Avanzan corvos, álgidos, alfiles, y en su furioso miedo aplastan nardos, arrozal, acerolos. Huyen de los incendios, de los grandes glaciares, los incendios. De la insatisfacción, los elefantes, su tan ralo pelambre entre la arruga, su tan tranquila incuria y de repente. Huyen del meteorito, de los hombres, del ave lira horrible y en las patas –debajo de las patas– los roedores. Braman, roncos, barritan, y así tremiendo Brahma treme el orbe. Todo el planeta en su gerundio inquieta, girando incontenible y marabunta, los álgidos alfiles, paquidermos.  


***

In memoriam México sismo 1985

Debajo del derrumbe, debajo de los tezontles y antracitas, aún las uñas, creciendo para nada, de los muertos. Sobre pálidos dígitos –dedos en yemas ya apagadas–, entre cutículas las uñas, el suave calcio impúber de las uñas contra el torcido retruécano del hierro. Ante las tapiadas dentaduras los dedos son que cantan. Ante los trisados cristales en la tráquea –punzante estalactita al paladar–, los dedos son que en réquiem se derraman hacia una luz difusa, hacia ese resplandor que el polvo espesa. Cuerpos abrazados al basalto. Desmembrados pezones y prepucios y entre los cascabeles Coyolxauhqui. Debajo de los siglos y en la sima, en las raíces sísmicas del Templo –jade que en jaguar jadea lava–, latentes, homicidas, alzando luna uñas contra el sol.  


***

                                                                                                   El circuito del temor. Se trata del nervioso circuito del temor. Del ala de la amígdala en alarma golpeando en el estrépito postigos. La voz que ahí se aguza, la voz castrati al miedo que se aguza como de vidrio un piccolo horadando la usurera espesura del temor. La corteza auditiva hace su hipótesis: piensa oyendo si huir, si humedecer las sábanas de miedo en hormonal torrente o en asalto espeso asir el ruido, rugiendo ante el trastorno del temor. De ahí el tensor del tríceps, la activa dopamina muscular, minada la confianza en el rigor, en la tan tensa calma previa al grito; enlamada mirada que no ceja en espesa, ocular dilatación. Qué lucha quieta en todo nos recorre. ¿Qué aguza la corteza? Se trata del estrépito, postigos; caballos desbocados y postigos. Del nervioso circuito aquí se trata –¿ahora queda claro?– del temor.


***

                                                                                          Las manos sobre el fuego. Las delicadas, blancas sobre fuego. Porque alguien dijo arriba en tono cauto, conminándolo, cauto: Yo no pondría las manos sobre el fuego –dijo. Y entonces él sobre el volcán, sobre esos transversales lahares altos, sobre llameante Ganges siemprevivas, sobre el grisú entre minas posó manos. Mano ventral, decúbito, entre erizos, entre géiser flotando oro fecal. Yo no osaría –dijo–, pero él. Las manos sobre el ígneo. Las denodadas adoleciendo aún en sus cutículas. Los dedos llenos de alba. Incluso no despiertos como rayos mas en táctiles chispas, en táctil tic de yemas ovulando. Qué espeso huevo el tacto de la fe. Las manos sobre el fuego, de la fe. La furia opositora contra el cauto que conminando interdicciones teje. Sagradas gracias, sí, contra los guantes; contra la disforia del amianto la en fuego euforia, quemadura, gracias.


Víctor Sosa (Uruguay, 1956)
Poeta, ensayista, teórico de arte y de literatura, pintor y traductor de la lengua portuguesa. Es uno de los poetas más relevantes del actual neobarroco en lengua española. Desde 1983 vive en la Ciudad de México y en 1998 adquiere la nacionalidad mexicana.


Entre sus publicaciones se destacan Sunyata (1992, poesía); Gerundio (1996, poesía); La flecha y el bumerang (1997, ensayos); El Oriente en la poética de Octavio Paz (2000, ensayo); Decir es Abisinia (2001, poesía); El impulso, inflexiones sobre la creación (2001, ensayo); Derivas del arte contemporáneo en México (2003, crítica de arte); Los animales furiosos (2003, poesía); Mansión Mabuse (2004, poesía); La saga del Sordo (2006, poesía); la antología Sunyata & outros poemas (2006, publicada en Brasil, edición bilingüe); Nagasakipanema (2011, poesía), entre otros.

viernes

Texto de Boris Espezúa Salmón (Puno)

Uruy Uros: La Danza de los Peces


 La danza es dirigida.
Y solo el elegido vé. 
(...) la sangre pétrea y solar.

John Martinez


En medio del Lago Titikaka, donde pululan los verdes Moscardones, en una isla donde duerme el sol, los balseros Puli-pulis se desembarcan,
forman tres filas, una de hombres, otra de mujeres y la tercera de piedrecillas para convocar a los espíritus ausentes.
Empiezan a colgar sus collares de Peces diminutos alrededor del cuello y cuelgan también pequeñas balsas de totora en sus pechos, para disponerse a danzar al alba y adorar a las aguas del sagrado lago.

En medio de la danza elaboran el chuño, pisando la papa con gruesas capas de hielo, en la escarcha todavía se refleja el ojo morado de la noche,
teniendo de guardianes a Perros blancos contra los malos augurios. Los Peces sin ojos viven en el fondo del lago y sueñan con ver la luz que se enreda en la tierra y amarra los espíritus liberados, aquellos que van al picoteo dentro del reyno de la levedad, donde carambolas absurdas y endiabladas se esfuman en el aire.
La fiesta ocurre dentro de la carne, dentro del torrente sanguíneo que enrojece la sombra. Dentro de mí, baila una aguja de dolor de siglos que no termina de hincarme.
La danza llaga en los dedos de mis pulsiones, en los altos de mis sudores, en los táctiles rumores fiestos de mis quebrantos.

 Kusillo:
 Soy un demonio feliz, tengo el cuerpo recosido, roto,
 con la luz de mis pulsiones con flecos de cuero de
 segunda donde están las salpicaduras de las moscas.
 Salgo todos los setiembres y los febreros a desbalancear
 mi cuerpo y a desbaratar mi cabeza, por el hemisferio lateral.
 Llevo el resplandor de una llave oxidada para abrir alguna
 puerta que guardo para el futuro con un solo recuerdo
 que tiznea mis ojos.

Si el cielo está lleno de estrellas está abierto y acogedor a junio, que es el mes de las heladas de donde sale el buen chuño.
También alrededor de un cactus macho que sirve de santuario se rotura la tierra para asegurar la cosecha.
Se arroja al atardecer algunos chuños ya elaborados en las bravas aguas de la Mamakota para pagar el suelo bendecido.

La tierra dialoga con los astros chacareros, mientras la luna pasa por el cenit y el nadir, el lucero del danzante cruza los equinoccios y los solsticios.
El danzante que además es cazador de aves submarinas y peces voladores, ofrenda su danza al padre sol,
se arrodilla y llena sus manos con un puñado de tierra, que va rociando a sus costados.
Amarra hojas de coca y conjuntamente con la tierra lo entierra con tres escupitajos en un pequeño montículo hablando su lengua antigua.[1]

Hay algo de sagrado en esas ruinas que han acumulado en el pecho, es un apéndice astillado en los arrebatos de los excesos, en los remolinos del corazón, en las costuras de la sombra herida, en el espacio que he desarropado por vestir al aire.
Oteando por el viraje del viento, por el oleaje de los ensueños, los ocasos que me destruyen con su belleza baldía desde adentro.

Hay que buscar al Pez mayor bailando debajo de la lengua, hay que asegurarse que su sombra no se separe del desmelo de sus sueños y termine siendo un ripio Pez.
Para ello los pies en su ofertorio, se elevan a la altura de su fe. Más allá de su cabeza donde tiene un atuendo con plumas oscuras de Parihuana.
Las edades se juntan en la frente, se temporalizan los movimientos y al ritmo de los quenachos vuelan las aves de su pecho,
dando una invocación a los espíritus, clamando venir la lluvia, que reverdezca los sueños y que llene el hambre partido y desértico.

La danza tiene su lengua mojada de tempestades y paraísos, dos quebrantos que parten el sabor de sus anagramas, de su vocabulario indecible.
El báculo de los danzantes surca y corta el aire al ritmo del tambor para no voltear los sueños.
Para guardar en sus lenguas fardos enmudecidos, como cielos violados por tormentas en desdicha.
Es la lengua que se anuda de nuestros antepasados desde la profundidad pulmonar de nuestras heridas que estremece el fuego con su látigo que viene de lejos, como un duro sopapo del viento.
Esa lengua quitasueños, abre el corazón donde el grito despierta de a pocos con el ojo de una Mosca, ojo ciego que tiene la sabiduría de las sombras.

 Kusillo:
 Mi sombra adelgaza todos los días, cuando
 debajo de la noche y del aguacero tiembla
 el cuerpo.
 Tengo la mano encallada y voy dando vueltas
 en las danzas en un tiempo que me desconoce y
 me trata como una escarcha. Los Anchanchos son
 mis antepasados, quienes perviven en mis genes,
 donde corren las memorias oyendo el esperado
 llamado de Wiracocha. Se oyen violines en el aire
 y mi jodido parentesco con la nada se esfuma.

Esta lengua arroja sus Mastodontes rupestres, los primeros camélidos con su saliva sagrada.
Es lengua de danzante grotesco, infinitamente soledoso que como bola de fuego, rueda desde su arqueología para aplastar los universos. Es lengua de azahares sórdidos, lengua de perfumes alucinados.
Somos los danzantes sin nostalgia que nos zigzagueamos con el modal del cosmos.
Cuando el mal greda desprovisto, el espíritu zarandea sus figuraciones sin límites con su propia energía enciende los espectros del desahogo y la letalidad.

Los pies nuevamente se elevan a la altura de la fe. Se apura la danza para no salar su efecto y desatar más bien un cielo para que cargue en sus nubes la lluvia y sus curaciones a la tierra.
Una Mariposa que se posa en la piedra batiendo sus alas, confirma el éxito del rito, la buena vibra de los espíritus, junto a una Lombriz que se hunde en la tierra.

Los pies dejan de elevarse, en señal de fe el danzante cruza los brazos y abraza extinto al sol que ya se oculta,
cae de rodillas y de sus manos abiertas vuelan a contraluz las Aves blancas de su plegaria, hablando su lengua antigua. 
Hasta que el sol que amarra todos los misterios, de costado desata una tormenta, a la altura de la fe del danzante de la lluvia.
Los Peces se ocultan para romper el hechizo de que una salamandra aparezca a media noche en algún cuarto de totora para morder mortalmente el cuello de los infieles.
Los Peces se ocultan también cuando danza el céfiro, en su calentura y hace atravesar la noche para enfriarse de madrugada al filo de los verticales aguaceros.

 Ayarachi:

 Se danza mimetizándose con la naturaleza
 inspirado en el movimiento de las olas
 cadenciosas y ritualistas.
 Las danzemas de esos pasos, repiten el rito
 de hace muchos siglos: Sacralizar el dolor y
 hacer del tiempo un Erizo en la garganta.

Los Peces resbalosos tienen relámpagos en los pies y agradecen a la naturaleza por el alimento. El sol ya no danza en los trapecios de tus ojos.
Las aguas se tiñen de rojo cuando los danzantes derraman el chokori o el tinte que han mezclado con hojas y sangre de Gaviotas.
Así la Rana gigante que habita en el fondo del Lago sagrado, procurará la multiplicación de los Peces.
Los pescadores mezclan el chokori con barro para pintarse el rostro, los brazos y las piernas,
y asemejarse a la naturaleza pintada de magia que nos rodea, mientras los Perros blancos también danzan con el crepúsculo en la orilla, saludando a las nuevas aguas fértiles.[2]

Caída la tarde la espesura de la luz trinca todavía con el taconeo de la luna, cuando aparece la noche en el vértice del horizonte.
La danza de los Peces clava al aura sus últimas palabras, con su latido de soplo, sin su queja de olor a pescado, con un sol enterrado, picoteándome los ojos.
En algún lugar Manco Cápac hace reventar una ola gigantesca al intemperie, haciéndola caer en forma de paraguas con sus cristalinas chispas artificiales, que con aplausos salpicantes de agua, se despiden de su milenaria danza.


Boris Espezúa Salmón (Puno, 1960)

Es abogado y profesor egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
 Tiene publicados los siguientes libros: A través del ojo de un hueso (1988), Tránsito de Amautas y otros poemas (1990), Alba del pez herido (1998), Tiempo de cernícalo (2002).
El año 2009 obtuvo el Premio Internacional Copé de Oro, con el poemario: Gamaliel y el oráculo del agua.
 El texto reproducido aquí pertenece al libro Máscaras en el aire








[1]Santiago: El hombre con la máscara cree haber asimilado el poder animal, cree y se convence que siendo otro es verdadero y pleno, para realizarse en su inauténtico mundo, es el otro que desvanece el yo.

[2] Santiago: Rompiendo los arrecifes el Pez de oro saldrá de un Caracol, y el tiempo silbará de nuevo a los eclipses lunares, para el nuevo polen, para el nuevo cuerpo de azufre, para el nuevo rostro iluminado.

Tres poemas de León Félix Batista (República Dominicana)


Música ósea

(fragmento)

los cuerpos no son cuerpos si no son infrarrojos y translúcidos del todo a contraluz
músculos en blanco y negro, líquido multicolor drenándose después del tableteo
¡cuerpos, cuerpos! cercanos a no ser, desparramados
montones de basura hospitalaria, desperdicio fenecido en concepción
y cuerpos que se arquean cada vez que los escaldan, y confiesan, suspendidos en ganzúas
y que han sido biografiados por las uñas en los muros de las celdas de castigo
expulsados de su fuero, sin la ropa en la espesura: la cruel epifanía del esfínter sin control
la sutura que supura un proyectil, la resina que desprenden los disparos
tumulto, sub-personas como gorrión común: cardúmenes de macarela, krill
cuerpos llenos de abyección, en el óxido de sí, predispuestos a anularse en su repliegue
vendavales adventicios en madeja imaginaria por la velocidad de arrasamiento

delirando en la marea, macerándose en el lodo: suculencias en pedazos como peces
pero hay cuerpos que están hechos de naufragios y procrean el colapso de las cosas
estos cuerpos son compuestos por muñones, disecados tras estratos de paredes
o pedazos que se oxidan como parte por el todo, rastreados por jaurías en la niebla
bajo lluvia, frente al resto, desvestidos a mil voltios, y vendados y pasados a cuchillo
reprimidos en sí mismos, en sus masas, con las vísceras por fuera sobre asfalto
emboscados en cavernas de arrecifes, esfumados de la foto, exterminados
abatidos, secuestrados, diluidos en cisternas, retenidos por el humus de una ciénaga
otros cuerpos tienen miedo: oprimidos y estuprados en sus pétalos violentos
y después son osamentas que descubren los deslaves, con las uñas maceradas, como cebo de rapiñas
en sarcófagos, en bolsas, en cenizas, como parte de las sobras de un siniestro
embutidos en un pozo, con cañones en las sienes donde crece un agujero imaginario
fracturados, de rodillas a comer sus excrementos y con larvas que reviven sus heridas
con el sueño trastocado, su pasado todo atroz, sus familiares

cuerpos nulos, conculcados, cubicados por un láser en sus plexos

recordados por nosotros, pero desaparecidos


Los gatos de Aldaburu

                                             A María Inés, en Buenos Aires

Los gatos son constantes vertebradas en el tedio. Los gatos, en instinto, son preguntas.
¿Cómo ensanchan ambas córneas en lo oscuro cuando inquieren por el iris de un espejo?
Su mutismo sibilino es lo que intriga, pero en toda la egipcíaca estructura: ¿cómo pudo no escurrirse por las grietas la misiva tan felina de una mole?, ¿cómo pasa por los tantos estados de materia (va de pez a pedestre al aerostato)?
¿Eran cartas de amor las que escribía? La respuesta se desliza en los tejados.

Es la última farra de mi vida


Supón que lo aniquilan registros de saudades, y que puede (con un disco) remediarlas (en cierto bar de Brooklyn en pino de Oklahoma.) Esferas como aquella mixtura la ciudad, materia de un orate y extravío. Y que ves cómo resalta (el resorte que tú eres) contra el cielo raso recto, por sus tonos intangibles; y que luego se rasura, solicita su calzado, tantea las urdimbres y radio de su miembro. Entonces dale elipsis, describe su derrumbe. Habrá quien paute el coágulo que deje.



León Félix Batista (1964, República Dominicana) 
Poeta, traductor y ensayista. 

Ha publicado: Tour por todo, Prosa del que está en la esfera, Negro Eterno, Vicio (con el título de Crónico), Burdel NirvanaMúsica ósea, entre otros.

lunes

Cuatro poemas de Jenny Bernal (Colombia)

La casa


Bienvenido a esta casa
su casa,
aquí se respira el frío hiel
de ese aliento ausente.
Bienvenido a esta casa
de enojos y lágrimas,
bien pueda siéntese donde sus pasos se agoten
donde su piel se seque,
la casa ha cambiado un poco
-usted perdone-
pero he evitado pintarla
para que las grietas del tiempo
le regalen un poco de ese matiz familiar.
Es la misma casa, no se asuste
esa misma, que construimos hace tiempo
esperando estar lo suficientemente solos
para habitar en ella.


Alquimia de un hombre


Un buen día le observas
despojándose de quien se cree es,
meditabundo en su mirada de miedo
con ese aliento apagado que produce el vacío
reviviendo cadáveres;
con un credo por camino
y las grietas de sus manos
desviándose entre llagas
que tímidamente bordean su corazón.
Va conservando su sombra
bebiendo sonrisas.
Amando,
porque no hay otra forma
de conducir la lava
hacia esas tierras errabundas
y evocar del aire
el soplo
que espanta la muerte.


Sobre los oficios


Incluso para ser mendigo hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio,
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.
Incluso para amar hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio,
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.
Incluso para  olvidar, perdonar…
hay que conocer el oficio.


XIV


Hemos hablado suficiente
del silencio
ahora
entre las ruinas
hablaremos del ruido.
El fuego de vocales extintas
será extraño ante la incandescencia
asechando los oídos.
Salgan a lucirse
conjuradores de la estridencia.
Vengan a brincar entre escombros
con sus palabras torpes.
Ruido es el pasado
ruidoso el eco febril del amor,
el recuerdo.
Ruido el pacto, la historia
la apuesta
los amigos, las personas
simple, banal, inútil ruido…
No indaguemos la mentira de su habla
es el ruido sólo eso,
se agota súbitamente
y vuelve el viejo tema a rescatarnos.
Por fortuna
aún estamos hechos de silencio.


Jenny Bernal. 
Bogotá, 1987. Promotora de Lectura y Escritura en BibloRed (Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá). Cofundadora del Festival de Nueva Poesía y Narrativa Ojo en la Tinta. Miembro del comité editorial de la Revista Contestarte y la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida. Ha publicado en Raíces del viento: cinco poetas jóvenes colombianos y preparó la selección y prólogo de Postal del oleaje, poetas nacidos en los 80: Colombia- México.